
El cardenal
Filoni, actual Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los
Pueblos, Nuncio Apostólico en Jordania e Irak, de 2001 a 2006, acaba de
publicar un interesante libro: La Iglesia en Irak, donde narra las vicisitudes
históricas y las dificultades de las antiguas comunidades cristianas de
Mesopotamia hasta llegar a nuestros días1.
En Hechos de los Apóstoles (2,9)
se habla de “los habitantes de Mesopotamia” que recibieron, como otros muchos
pueblos extranjeros, el don del Espíritu Santo en Jerusalén. Hay una tradición
que dice que fue el apóstol Tomás y sus discípulos quienes introdujeron
el Evangelio en esta región. Se conservan testimonios arqueológicos de
una domus paleocristiana en Dura-Europos y fragmentos de
pergaminos con oraciones eucarísticas de los s. II y III.
Salir es un verbo de acción, de ponerse en camino y no siempre sabiendo el
“hacia dónde”. Salir presupone una confianza, una fe en Aquel que nos invita a
ponernos en camino. Es dejar lo que tenemos en búsqueda de metas que nos
parecen mejores o para realizar una misión, a la que hemos sido llamados.
El papa Francisco nos invita a ver la misión ad gentes como
una grande e inmensa obra de misericordia, tanto espiritual como material. Nos
invita a “salir” como discípulos misioneros, ofreciendo todo lo que tenemos:
talentos, creatividad, sabiduría, experiencia… para llevar el mensaje de la
ternura y de la compasión de Dios a toda la familia humana.

Personas que se han olvidado de sí
mismas, que han dejado patria, familia, lengua, que han salido a lo que
llamamos “territorios de misión” para anunciar a Jesucristo con obras y
palabras, son los misioneros “ad gentes”. Me permito darles la palabra para que
contemplemos cuál es la razón de sus vidas.

Tengo la curiosa experiencia de que me falta todo y me sobra todo. Si entendéis
eso, quizás es porque también, alguna vez, os pasó un terremoto por encima que
os aplastó, os derrumbó, os machacó, os hirió, os amputó… pero no acabó con lo
más importante, que es las ganas de vivir, de creer y quizás de servir. No
deseo el sufrimiento a nadie, por supuesto, pero como éste es inevitable, lo
que quisiera es que aprendiéramos las lecciones que nos da de humanidad,
humildad y simplicidad que es lo que verdaderamente necesitamos para ser felices.”
Teodoro Nieto García, misionero en Chile, nos escribe: “Soy sacerdote
salesiano desde hace 64 años y misionero en Chile desde hace 42 años. A mis 92
años soy el vicario de una comunidad religiosa que atiende a dos parroquias y a
dos colegios. Mi jornada diaria de trabajo se inicia con la oración comunitaria
a primera hora de la mañana y termina bien entrada la tarde sobre las 20:00
horas. Atiendo regularmente las celebraciones litúrgicas de funerales, que son
muy frecuentes, y también las visitas y unciones sacramentales a los enfermos.
Me siento “servidor” ya que el Señor me da salud. Gracias a Dios, por ahí
camina mi lema sacerdotal: “Por la gracia de Dios soy lo que soy” y procuro
vivir siempre la alegría salesiana, a cuerpo viejo, alma joven.”
Alegría Fernández, misionera en Madagascar: “Siendo joven, esa frase de San
Pablo: ‘Cristo me amó y se entregó por mí’ (Gál 2,20) fue para mí una
revelación. Poco a poco sentí la necesidad de pasar mi vida al servicio de los
demás, amando yo me sentía amada; de modo que lo que me tocara vivir fuese
expresión de ese amor de Dios, sobre todo hacia los más pobres.
Y después de estos buenos deseos he comprendido que soy yo la más necesitada de
la misericordia de Dios, porque sigo siendo yo. Un día María me pidió azúcar,
un poco sorprendida le dije: ‘Hace solo unos días que recibiste azúcar ¿qué
hiciste con ella?’ Me contestó un tanto molesta por mi reacción: ‘Una madre
sola, con cuatro hijos, me pidió un poco porque no tenía, y la compartí. Es lo
que dice Jesús ¿no?: Amar al prójimo como a sí mismo”.
El papa Francisco termina su Mensaje del
Domund con un recuerdo y una petición: “En este Año Jubilar se cumple
precisamente el 90 aniversario de la Jornada Mundial de las Misiones, promovida
por la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe y aprobada por el papa Pío XI
en l926. Por lo tanto, considero oportuno volver a recordar las sabias
indicaciones de mis predecesores, los cuales establecieron que fueran
destinadas a esta Obra todas las ofrendas que las diócesis, parroquias,
comunidades religiosas, asociaciones y movimientos eclesiales de todo el mundo
pudieran recibir para auxiliar a las comunidades cristianas necesitadas y para
fortalecer el anuncio del Evangelio hasta los confines de la tierra. No dejemos
de realizar también hoy este gesto de comunión eclesial misionera. No
permitamos que nuestras preocupaciones particulares encojan nuestro corazón,
sino que lo ensanchemos para que abarque a toda la humanidad.”
1 Fernando Filoni “La Iglesia en
Irak” , BAC, Madrid, 2016
Antonio
González. Delegación de Misiones
Revista "El Pilar", nº 5.286, octubre 2016
Revista "El Pilar", nº 5.286, octubre 2016
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