Ante este final que se aproxima del
Año de la Misericordia, es oportuno destacar que son muchos los frutos del
Espíritu Santo experimentados en este año de Gracia que se podrían compartir,
aunque si alguno destaca sobre el resto, por su magnitud, es la Jornada Mundial de la Juventud , celebrada en
Cracovia, donde el Papa reunió a casi dos millones de jóvenes.
Pero quizás hay un fruto que pasa
más desapercibido a los ojos del mundo, pero que tiene un calado mayor: la obra
de amor que el Espíritu Santo ha hecho en cada uno de nosotros, convirtiendo
nuestro corazón. A través del impulso, de las palabras y, sobre todo, de los
gestos del Papa Francisco, todos nos hemos sentido llamados a dar un paso al
frente en nuestro compromiso de vivir la misericordia, de tenerla como el gran
reto de nuestra vida cristiana.
Desde esta perspectiva, no podemos
conformarnos con pensar que hemos aprovechado este año jubilar que termina
gracias a las obras de misericordia que hemos hecho. Nos habrá sido de
verdadero provecho si la misericordia es lo que, a partir de ahora, determina
nuestra vida cotidiana, nuestras decisiones y comportamientos; es decir, si nuestra vida busca ser fiel al Evangelio de
la misericordia.
La misericordia ha de ser la viga maestra que sostenga
la vida de nuestra parroquia. Todas nuestras tareas deberían estar revestidas
por la ternura, nada en nuestro testimonio hacia el mundo puede carecer de
misericordia. La credibilidad de nuestra parroquia pasa a través de este camino
de amor misericordioso y compasivo.
Puede parecernos que esta responsabilidad a nivel
parroquial es tarea que recae en el equipo de Cáritas. Y es verdad que este
Servicio es el buque insignia de la misericordia en nuestra parroquia. Pero todos
los grupos parroquiales están llamados a tener un deseo inagotable de brindar
misericordia en sus diferentes tareas: la misericordia no es sólo ayudar a los
necesitados en cuestiones materiales, también es ayudar a los novios y
matrimonios a descubrir la belleza del encuentro con Cristo y con el otro; y que
gran obra de misericordia es, hoy día, facilitar a los niños y jóvenes un
camino que les lleve a encontrar la felicidad junto a Cristo, en un ambiente
muchas veces hostil al Evangelio; o estar cerca de los enfermos, etc.
No hay que olvidar que el término “miseri-cordia” viene del latín, y significa etimológicamente “dar el corazón al mísero”, al que tiene cualquier tipo de necesidad. Según como ejerzamos esta entrega de nuestra vida a los demás, seremos signos o antisignos, roca en la que apoyarse o piedra de tropiezo; según como vivamos el servicio al prójimo seremos evangelio o antievangelio, buena o mala noticia. El Papa Francisco habla de la necesidad de que haya comunidades cristianas samaritanas, verdaderos “hospitales de campaña”, capaces de salir a las periferias del sufrimiento para sanar heridas, curar, para dar calor a tantas familias, y nuestra parroquia no es ajena a esta llamada del Papa. Reproduzcamos en nuestra vida la figura del Buen Samaritano, no pasemos de largo ante tanta necesidad. Como nos dice el Papa en
¡Rebelémonos contra la globalización de la indiferencia! Parafraseando
la parábola evangélica de la “oveja perdida”: ¡de cien ovejas, en nuestra parroquia nos importan las cien! El ser
responsables de la felicidad del prójimo es una exigencia ineludible de nuestro
ser miembros de la parroquia de la Presentación de la Virgen. En esta
línea, dice el Papa Francisco: “La misericordia de Dios
es su responsabilidad por nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea
nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos. Es sobre
esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los
cristianos.” (El rostro de la
Misericordia nº 9). El Señor nos pregunta, como le
pregunto a Caín: “¿Dónde está tu hermano?” No
puedo responderle desde mi indiferencia: “¿acaso
soy responsable de mi hermano?”; sino desde la misericordia: soy
responsable del bien de mi prójimo. Y Dios nos pedirá cuentas: “cada vez que lo hicisteis con uno de éstos
mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.” Nos
engañamos si creemos que el Espíritu nos va a guiar por caminos distintos a los
que condujo al propio Jesús. Nuestra
parroquia
no puede ejercer su misión de forma más barata y cómoda de como la ejerció el
Maestro, que “dio la vida por las ovejas”.
Estamos llamados a compartir con las personas sus gozos, fatigas, esperanzas…
Cristo no quiere príncipes que miren despectivamente a los demás por encima del
hombro, ¡quiere hermanos!
Termino con el deseo del Papa Francisco al
terminar este Año de la
Misericordia : “¡Cómo deseo
que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al
encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! Que a todos,
creyentes y lejanos, pueda llegar el
bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en
medio de nosotros.” (El rostro de la Misericordia nº 5).
El Espíritu Santo nos llama, a través del Papa Francisco, a llevar a cabo una “revolución
de la ternura”, siendo “personas-cántaro”, capaces de llevar
agua fresca a los que viven en el desierto de la indiferencia. ¡Ojala la parroquia de la Presentación de
la Virgen se convierta en un oasis de misericordia para todas las familias!
JAVIER
PÉREZ MAS
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