Desde que tengo uso de memoria siempre por San Valero
he degustado el roscón, desde que mi familia se vino a Zaragoza. Y ahora con
los pequeños de la casa, que parecen seguir la tradición de esa misma carita
luminosa cuando de entre la nata sobresale la esperada sorpresa. El “Rey de la
Faba” –antes lo que se escondía en el pastel era una haba seca-, documentado ya
por Julio Caro Baroja en el poeta andalusí Ben Quzman, en el Reino de Granada
del siglo XII. Placeres ancestrales que remontan hasta las Saturnales, fiestas
romanas para conmemorar los primeros días más largos del invierno; o a la Corona
de Adviento, interpretado en cristiano. Y es cruce de culturas y civilizaciones.
Toda la vida el viento como telón de fondo, este
cierzo tan nuestro que macera a la masa y a las mujeres y hombres, y nos hace adustos,
voluntariosos, fuertes, y ahora más que nunca acogedores. La nata se entremezcla
con la crema y también el chocolate; y el azúcar, la guinda, las frutas
escarchadas y los euros se comparten sin ningún problema en caso de catástrofe
o de necesidad –léase Haití o cualquier otra-. Que la nuestra fue siempre una
ciudad abierta, pabellón puente, paso.
De paso iba Valero en la Hispania romana, siglo IV
después de Jesucristo, cuando desde César Augusta –hijo de una familia ilustre,
los Valerios- viajara hasta Granada al Concilio de Elvira en el 306. Las
comunicaciones no estaban como ahora y el ave, aparte de pájaro, era sólo un
saludo a Diocleciano, aquel emperador anticristiano de la época. Y después a
Valencia, ya con serios problemas de dicción, dicen que tartamudo, ayudado por
su diácono y asistente Vicente, maestro en oratoria y finalmente mártir, por
osado, coherente y objetor de conciencia frente a lo políticamente correcto. De
Valencia a su destierro en Enate, junto a Barbastro. Y ya sus restos, del
castillo de Estada a Roda de Isábena, y su cráneo y un brazo a Zaragoza.
No hemos cambiado tanto. Al abrigo del cierzo y de la
niebla, seguimos paladeando el roscón -¿algo que ver con la corona de
martirio?-, siendo aves de paso, adorando reliquias… Y si, por un casual, te
salió en el pastel la sorpresa de ser algo diferente, diverso o con la forma
que sea de discapacidad, a veces te las ves y las deseas para poder comerte una
rosca. Pero el premio compensa, se lo digo yo.
María Pilar Martínez Barca
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