MIRARÁN AL QUE TRASPASARON

Mirarán al que traspasaron.[1] Son palabras proféticas del profeta Zacarías[2] que recoge el evangelista Juan al describir la muerte de Cristo en la cruz, con el objeto de presentar su muerte dentro de la economía salvífica. El verbo (mirarán) es usado en el sentido joánico de (ver), es decir, expresa lo que nosotros diríamos con el verbo (comprender), buscando mostrar así que esa mirada de la muerte de Cristo llevó a muchos a la fe.
La Semana Santa es un tiempo propicio para aprend
er a permanecer con María y Juan junto a Aquel que en la cruz consuma el sacrificio de su vida por toda la humanidad. Por tanto, con una atención más viva, dirijamos nuestra mirada a Cristo crucificado que, muriendo en el Calvario, nos reveló plenamente el amor de Dios.
La meditación de la Pasión no puede reducirse a una mera reconstrucción objetiva e histórica del hecho. El Kerigma de la Pasión, desde el inicio, consta del hecho (sufrió, murió,...) y del motivo del hecho (por nosotros, por nuestros pecados). Dice San Pablo: (En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos (...) mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros).[3] El único motivo de la muerte de Cristo en la cruz han sido nuestros pecados, no sólo los de los hombres de aquellos tiempos, también los tuyos y los míos.
            No conoceremos  verdaderamente la Pasión si no la miramos, si nos quedamos como meros espectadores. Como quien se introduce en el pasaje para moldear su vida, para asimilar lo que lee, para hacerlo suyo. La liturgia no es recordar sucesos del pasado, es revivir un acontecimiento: no se trata  de ser espectadores, sino actores: vivamos la Pasión, que nos afecte.
Si Cristo ha muerto por mis pecados, algo tengo yo que ver con su muerte: (vosotros habéis matado a Jesús de Nazaret).[4] Pedro sabía que de aquellos que le escuchaban no todos estuvieron en el Calvario, ni todos gritaron en el Pretorio, ante Pilato: ¡crucificaló!
            En Getsemaní estaba también mi pecado que pesaba en el corazón de Jesús. En el Pretorio estaba el abuso y mal uso de mi libertad. En la cruz estaban también mi indiferencia, mi comodidad, mi dejadez, mi tibieza, que cargaban sobre sus espaldas. (Aquellos que pecan crucifican de nuevo al Hijo de Dios).[5] ¡Hoy se sigue crucificando a Dios! (La Pasión de Cristo se prolonga hasta el final de los tiempos; Cristo estará en agonía hasta el fin del mundo).[6]
Tras las tentaciones del desierto, (Satanás dejó a Jesús hasta otra ocasión).[7] Esta ocasión fue la Pasión. (Viene el Príncipe de este mundo)[8], dice Jesús tras la Última Cena; es la (hora de las tinieblas)[9], afirma Jesús cuando fue arrestado. En el desierto Satanás le tentó con los reinos de la tierra y con el usar el poder divino para su propio interés.
[9] Lc 22, 53.En la Pasión le muestra las futuras generaciones y le dice al oído: ¡mira por quien sufres! ¡Mira que harán de tu sufrimiento! ¡Es inútil! Es la gran tentación que sufre Cristo. Y es hora de preguntarme. ¿Yo estoy entre esos de los que se puede servir Satanás para tentar al Señor con que es inútil la Pasión de Cristo?
[1] Jn 19, 37.
[2] Zac 12, 10.
[3] Rom 5, 6-8.
[4] Hc 2, 23; 3, 14.
[5] Hb 6, 6.
[6] SAN LEÓN MAGNO, Sermón 70, 5.
[7] Lc 4, 13.
[8] Jn 14, 30.
[9] Lc 22, 53.
Ante esta situación, es necesario despertar de nuestro sueño, de nuestra rutina, de nuestra superficialidad. Y nada más impactante la mirada de Cristo: (entonces el Señor, se volvió, y miró a Pedro (...) que salió afuera y lloró amargamente).[10] La mirada de Cristo transforma. ¡Déjate mirar por Dios! No apartes tu vista de la mirada divina, como hizo el joven rico, que bajo la cabeza y se marchó. (Al mirar la Pasión, si no lloras, ¿de qué vas a llorar?[11] Mirarán al que traspasaron): ¿he mirado alguna vez a Aquél a quien yo he atravesado?
Mis pecados han atravesado a Cristo. ¿Qué será el pecado, que provoca la muerte de Cristo? San Pablo lo explica con el término griego asebeia[12], es decir, la impiedad. En otras palabras, es el rechazo de reconocer a Dios como Dios, es no tributarle la consideración que se le debe. Consiste en ignorar a Dios, donde ignorar no significa tanto no saber que existe, cuanto vivir como si no existiese. Y la cátedra del pecado es el mismo corazón del hombre.
[10] Lc 22, 61.
[11] DANTE, Divina Comedia.
[12] Rom 1, 18-23.
            Reduciéndolo a su núcleo fundamental, el pecado es el intento, por parte de la criatura, de borrar por propia iniciativa, desde la prepotencia, la vinculación que tiene con Dios. Por eso, daña de raíz la verdad del mundo y la verdad del hombre. Se olvida que somos criaturas. Se rechaza a Dios como Creador y no se reconoce el hombre como criatura, sino como creador.     Vivimos una nueva idolatría, donde no adoramos a un becerro de oro, o a los dioses de Baal; el descaro y la desfachatez aún es mayor: nos adoramos a nosotros mismos, se adora a la criatura y se le pone en el lugar reservado al Creador. Con la idolatría las partes vienen invertidas: el hombre se convierte en el alfarero y Dios es el vaso que el hombre modela a su antojo.
            Esta autoglorificación del hombre, esta autoafirmación del hombre, es lo que está detrás del laicismo, que busca borrar toda huella de la divinidad de la vida del hombre y del mundo. El misterio de la impiedad se actualiza y toma diversas formas a lo largo de la historia. En nuestra época el rechazo de Dios como Dios ha tomado una forma consciente y abierta que, quizás, en ningún momento de la historia es tan descarado como ahora.
Hemos dicho que el pecado daña de raíz la verdad del hombre. La palabra griega con la que se expresa en griego el concepto de pecado de la Biblia es hamartia, que contiene la idea de extravío y de fracaso. El pecado es fracaso radical como hombre. Un hombre puede fracasar en tantos modos: como padre, como hombre de negocios, como deportista..., pero son fracasos relativos: uno puede fracasar en estas cosas y ser un hombre respetable, incluso un santo. Pero con el pecado no es así, con el pecado se fracasa como criatura. Se fracasa no en lo que se hace, sino en lo que uno es. El hombre, pecando, cree ofender a Dios, pero en realidad a quien ofende y daña es sólo a sí mismo. Y claro que ofende también a Dios, pero en cuanto mata al hombre que Dios ama; sólo así hiere a Dios en su amor.

            Cuando oímos estas cosas podemos tener la misma reacción que el rey David, cuando el profeta Natán se sirve de la parábola del rico que se adueña de la oveja del pobre para saciar su apetito: David critica y se enoja con el que hace eso. Nosotros nos escandalizamos de que haya hombres que hagan esto con Dios. Pero entonces se actualiza la figura de Natán, quien dejando la parábola y señalándonos con el dedo, nos dice lo mismo que a David: (¡Tú eres ese hombre!).[13]

Si esto es el pecado, ¿qué hacer para que no domine en nosotros? Miremos con confianza el costado traspasado de Jesús, del que salió sangre y agua.[14] Los Padres de la Iglesia consideraron estos elementos como símbolos de los sacramentos del bautismo y de la Eucaristía. Con el agua del bautismo, gracias a la acción del Espíritu Santo, se nos revela la intimidad del amor trinitario. En nuestro caminar, recordando nuestro bautismo, se nos exhorta a salir de nosotros mismos para abrirnos, con un abandono confiado, al abrazo misericordioso del Padre.[15] Es hora de que se realice en nuestra vida el ser bautizado en la muerte de Cristo: (los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que así (...) nosotros andemos en una vida nueva. Porque si nuestra existencia está unida a Él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya).[16]
Lo que fue la sepultura para Cristo, es el Bautismo para nosotros. (Lo que para Cristo fue la cruz y el sepulcro, eso es para nosotros el bautismo, aunque no en las mismas cosas, porque Él murió y fue sepultado en su carne, y nosotros morimos y fuimos sepultados al pecado).[17]
El hombre viejo debe ser crucificado con Cristo para que nazca el hombre nuevo: (estoy crucificado con Cristo: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí).[18] Es el nacer de nuevo de Nicodemo: (como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre (...), porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo, para que todo el que crea en Él (...) tenga vida eterna).[19] Morir al hombre viejo, crucificarlo, ahogarlo en el agua bautismal, sumergirlo en la gracia. Para que nazca el hombre nuevo, el hombre que emerge del agua bautismal.
Desde esta perspectiva, ¡feliz culpa la que supuso semejante Redentor! Feliz cruz de Cristo que crucifica a mi hombre viejo y me posibilita que nazca en mí el hombre nuevo. Desde la perspectiva bautismal, la cruz cambia de signo: ya no es motivo de tristeza y miedo, algo de lo que huir; sino que se transforma en motivo de alegría y seguridad, en motivo de esperanza, es más, ¡ahora es motivo de gloria!: (en cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo. Porque nada cuenta (...) sino la creación nueva).[20] Es la dimensión alegre y pneumática en la que la cruz ya no aparece como escándalo ni estupidez, ni como mero sufrimiento abnegado, sino como Sabiduría de Dios y Potencia de Dios, como esperanza de resurrección.

El Espíritu Santo me hace sentir dolor de mis pecados, me hace ser consciente de ellos y de experimentar el arrepentimiento. Pero no puedo quedarme ahí, dándome golpes de pecho. El Espíritu me empuja a levantarme, a convertirme. Y decimos con el salmista: (desde lo hondo a Tí grito Señor (...) Si tienes en cuenta mis delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?).[21] Elevemos también nosotros desde lo hondo de la cárcel de nuestro yo, en la que estamos prisioneros y esclavos, nuestro grito al Señor: (espero en el Señor (...) mi alma espera en el Señor más que el centinela la aurora (...) Él redimirá a Israel de todas sus culpas). Sabemos que existe la salida: su gracia, su perdón. Y todo porque nos ama. Él no nos abandonará.

[13] 2 Sam 12, 1-9.
[14] Jn 19, 34.
[15] SAN JUAN CRISÓSTOMO, Catequesis 3, 14.
[16] Rom 6, 3-5.
[17] SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre la Carta a los Romanos 10, 4.
[18] Gal 2, 20.
[19] Jn 3, 1-17.
[20] Gal 6, 14.

            Cierto que el pecado tiene su fuerza, su dominio, su poderío sobre nosotros..., pero ahora, en cambio, (se ha manifestado la justicia de Dios).[22] Es el sol que aparece en las tinieblas del pecado, en la niebla que produce en nuestras vidas. Y no somos nosotros quienes de repente hemos cambiado nuestra vida, no somos nosotros quienes con nuestro esfuerzo personal hemos hecho salir el sol. El hecho nuevo es que Dios ha actuado, ha roto su silencio, tiende su mano al hombre pecador. Esta actuación de Dios fue continuamente anunciada por los profetas, y ahora, se realiza en Cristo.

[21] Sal 130.
[22] Rom 3, 21.
Javier Pérez Mas



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