Adviento. Los rostros de la Misericordia a través de Teresa de Jesús
A
caballo entre el V Centenario del nacimiento de Santa Teresa y el Año de la
Misericordia, que abrirá el papa Francisco el próximo 8 de diciembre, iniciamos
ilusionados un nuevo Adviento. Algo tienen que ver.
El
pasado 10 de noviembre se clausuraba la exposición Las Edades del Hombre:
“Teresa de Jesús. Maestra de oración”. Tres sedes en Ávila y una en Alba de
Tormes (Salamanca), más de doscientas obras: el simbolismo del Carmelo, la Contrarreforma
y la vida y trascendencia de la Santa. Ribera, Zurbaán, Pedro de Mena, Gregorio
Fernández, El Greco… Desde Nuestra Señora del Coro, alabastro policromado de
Forment, que conservan las Carmelitas Descalzas de Zaragoza, a un Cristo
Resucitado esculpido en 1995 por Francisco Romero Zafra (Iglesia Parroquial de
Santa Catalina, Pozoblanco –Madrid–).
En el
Archivo Histórico Provincial volvimos a encontrarnos con Teresa, en espíritu
puro de mujer avanzada de su tiempo, a través de sus propias palabras y
collages de fotógrafos de hoy, que recogen a su vez escenas de teatro y de cina.
“Son tan oscuras de entender estas cosas interiores, que a quien tan poco sabe
como yo, forzado habrá de decir muchas cosas superfluas y aun desatinadas para
decir alguna que acierte. Es menester tenga paciencia quien lo leyere, pues yo
la tengo para escribir lo que no sé”. Y en el IES Jorge Ruiz de Santayana,
profesor y escritor abulense afincado en Boston a su Ávila natal, una nueva muestra,
no menos interesante por modesta. “Yo oía los gritos de los vendedores y las
campanas que, no muy melodiosamente, llamaban a misa o tocaban a muerto. […]
Estaba en el viejo mundo, podía haber estado en el siglo XVII”, escribía el
autor.
Camino
hacia Alba, pasamos por Navalsauz, el pueblo en el que Rubén Darío, amigo de
Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado, se casó con Francisca
Sánchez, la princesa Paca según Amado Nervo. “Seguramente Dios te ha conducido
/ para regar el árbol de mi fe, / ¡hacia la fuente de noche y de olvido, /
Francisca Sánchez, acompáñame!” (“A Francisca”). Nunca la luz cambió tan
fugazmente del verde al limón, del naranja al rojo, en las copas de los
árboles. Y junto a la Basílica de Santa Teresa, las esculturas de bronce de
Venancio Blanco en la iglesia románico mudéjar de San Juan. Anunciación, Virgen
con Niño, Calvario, Piedad, Custodia… en magnífica sintonía con las esculturas
y pinturas del propio templo. No faltan San Sebastián, San Francisco de Asís,
San Juan de la Cruz y Santa Teresa; y una sublime inspiración: Cristo vuelve al
Padre. Junto a una Sagrada Cena y su Judas al margen, en plena noche oscura del
siglo XXI.
De
vuelta para Zaragoza, otra vez por tierras abulenses, nos sorprenden las primeras
raíces teresianas. Fontiveros y San Juan de la Cruz, donde reside una comunidad
de ocho religiosas del Carmelo Calzado; el mismo tronco común, en el que Teresa
bebió en un primer momento. La casa del pequeño Juan de Yepes, hoy iglesia, es
una morada bien humilde, tan chiquita como el propio físico del futuro fraile,
adyacente al telar de la madre, Catalina. La miseria les haría emigrar a
Arévalo y Medina del Campo (Valladolid); antes de que el vuelo del espíritu lo
llevara, descalzo, a Duruelo, Mancera o La Encarnación.
Continuando
nuestro viaje, Madrigal de las Altas Torres, el nombre más hermoso de toda la
geografía española para Dámaso Alonso, árabe en sus inicios y cristiana después.
Junto al empedrado, la Muralla los arcos mudéjares, Santa María del Castillo,
San Nicolás de Bari, el Convento de los Padres Agustinos o Convento Extramuros,
donde se dice falleció Fray Luis de León –primer editor de Santa Teresa… Y el
Palacio de Juan II, casa natal de Isabel la Católica, hoy Monasterio de Nuestra
Señora de Gracia –Madres Agustinas–.
El
atrio, de dos pisos de arcadas, sobrio y elegante gótico civil, una fuente en
su centro y cuatro cedros centenarios, nos recibe. La vida retirada de Fray
Luis. Una puerta nos abre a la Sala de Cortes o Capitular, con artesonado de
madera grabado a punta de paciencia y de Cuchillo, lienzos de la escuela de El
Greco, una Inmaculada de Alonso Cano o documentos en piel de cordero firmados
por los reyes. Del claustro al Salón de Embajadores o comedor refectorio de la
comunidad: retratos de las Madres fundadoras –María Briceño, maestra de
Teresa–, Santa Catalina de Siena, un San Agustín de Juan Carreño que entablar
con nosotros un diálogo distinto según des qué ángulo lo miremos, o el Cristo
de la Paciencia, el torso desnudo, sentado en una piedra y una espiga en su
mano esperando a que grane.
Y en el
segundo piso, el embeleso –por lo que me comentaron, mi silla de ruedas no
podría subir–. Cuatro estancias reales más la alcoba conyugal, íntima, oscura,
recoleta. Y un lienzo enorme de la escuela de Rafael, con la Virgen María
contemplando al Niño en los brazos de San José. ¡Inaudito!
***
El
viaje dio de sí para leer y meditar. En la Plaza del Mercado de Ávila, en un
rincón oculto de una pequeña librería, encontré un volumen, no precisamente
delgado, de una gran poeta actual a la que admiro: Olvido García Valdés. Su
título, Teresa de Jesús. En las
primeras páginas leemos: “Tantas como los trozos repartidos son las versiones,
las imágenes que se han ido adhiriendo a esa que vivió entre 1515 y 1582, que
recorrió miles de leguas y escribió miles de páginas, que fue contemplativa y
activa, que compró y vendió y administró y negoció con mano firme, que propuso
una nueva forma de vida, un modo de que hombres y mujeres se encontrases a sí
mismos perdiéndose en eso que llamaban Dios. […] Teresa Sánchez –aludiendo al apellido judío del abuelo–, en
realidad. Escritora, fundadora, mujer de mundo. Pero también Teresa de Jesús,
una espiritual, una mística”. Va
plasmando esta autora una visión humana, con sus luchas y triunfos interiores,
que puedan comprenderse desde una lectura agnóstica incluso, con textos
autobiográficos que intentan confirmarla. Será una perspectiva, nunca la
nuestra.
Mucho
más cercano a la realidad histórica y humana de la mujer inflamada en el
Espíritu, Teresa de Jesús. Biografía, del
descalzo Daniel de Pablo Maroto, que adquirí en el monasterio de las Madres
Carmelitas Calzadas de Fontiveros: “Era el 2 de noviembre de 1535, día de
ánimas para más señas, con veinte años cumplidos, luciendo toda la hermosura de
su primera juventud, quizás adornada con las galas y joyas que se permitían en La Encarnación de Ávila. Después nos
asomaremos a su interior”. Allí mismo compramos San Juan de la Cruz. A las raíces del hombre y del carmelita, del
calzado Balbino Velasco –las diferencias hoy se han reducido casi al color del
hábito–.
De una
profundidad literaria, simbólica y contextual sin paliativos son los volúmenes Al aire de su vuelo. Estudios sobre Santa
Teresa, fray Luis de León, san Juan de la Cruz y Calderón de la Barca, del
ex director de la Real Academia de la Lengua Víctor García de la Concha; o El águila y la tela. Estudios sobre San Juan
de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, de mi querida profesora y hoy también
académica Aurora Egido. “Los trabajos de la mística, como los de la escritura,
conforman un camino de perfección lleno de escollos, que cada autor trata de
salvar a su manera, ya sea para elevarse a las más altas esferas de lo inefable
o para llegar al centro en el que culmina la batalla interior, allí donde la
palabra se adelgaza hasta el extremo para convertirse en silencio”. Otro ensayo
magistral que hunde sus raíces en la vida, las fuentes literarias y
hagiográficas, el contexto en detalle y las motivaciones últimas de Teresa, es Cultura de mujer en el siglo XVI, del
carmelita y teresianista Tomás Álvarez.
El
novelista abulense José Jiménez Lozano y el fraile carmelita y catedrático
emérito de la universidad de Valladolid Teófanes Egido acaban de sacar al
alimón, entre la ficción bien documentada y el rigor histórico, Sobre Teresa de Jesús. “Secuestrada por
los hagiógrafos del Barroco, apropiada por los espirituales del siglo XX y
utilizada desde diversos sectores sociales y políticos de hoy, la figura actual
de Santa Teresa es el fruto de una manipulación secular que han tratado de
contrarrestar José Jiménez Lozano y Teófanes Egido” (www.elconfidencial.com). La obra se
dedica in memoriam a Rosa Rossi,
autora de otra conocida biografía de la monja andariega, Teresa de Ávila. Biografía de una escritora.
Antonio
Mas Arrondo, autor entre otros de Acercar
el cielo y Teresa de Jesús en el
matrimonio espiritual, afirmaba en una de sus conferencias, en Argentina, “Santa Teresa de Jesús. Maestra espiritual
para el mundo”, sobre el Castillo Interior o las Moradas: “Es una propuesta
para una cristianismo nuevo, un cristianismo espiritual. La fe que heredamos de
papá y mamá es un cristianismo que en Europa está moribundo. […] Esto es una
historia de amor. Y si alguna vez os habéis enamorado, si alguna vez habéis tenido
una amistad profunda, con hombre o mujer, si os han rechazado, esto lo podéis entender
tranquilamente”. En uno de los collages expuestos en el Archivo Histórico
Provincial de Ávila se podía leer: “Santa Teresa se hace cercana a los hombres
y mujeres del siglo XXI porque tiene que vérselas con la vida y consigo misma”.
El
viaje dio de sí. Descubrimos los orígenes de Teresa, desde el convento de
Nuestra Señora de Gracia, de la Madres Agustinas, al Carmelo Calzado, tan
lejano entonces de una espiritualidad centrada, en La Encarnación –que con Juan
transformaría en humildes palomarcicos, donde “la abeja no deja de salir a
volar para traer flores” –. Tuvimos tiempo de meditar, entre los compañeros y
con lecturas, la necesidad de una trascendencia en cualquier ámbito vital: “Para
que una pareja marche bien es necesario compartir una espiritualidad vivida. Se
mezclan aquí lo natural y lo sobrenatural, lo físico y lo metafísico, lo
horizontal y lo vertical. En una palabra, lo humano y lo divino” (Enrique
Rojas, “Siete reglas de oro para vivir en pareja”, ABC).
Y todo
eso lleva a la misericordia, la cercanía de Dios, “atributo de Dios, en cuya
virtud perdona los pecados y miserias de sus criaturas”; y también “virtud que
inclina el ánimo a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenos”, según
el Diccionario de la RAE. Aunque las definiciones lingüísticas suelen quedarse
cortas.
No
mucho más explícitas las referencias religiosas: “Si buscamos la palabra
‘misericordia’ en los documentos eclesiales, en los manuales de teología,
incluso en algunos diccionarios de teología bíblica, nos llevamos una
desagradable sorpresa. Ha sido la gran olvidada. En muchos tratados de
teología, los autores han pasado de largo sin dedicarle unas líneas, otros la citan
de pasada, indicando que conocen su existencia, pero que no la consideran
nuclear” (Pedro Fraile, Entrañas de misericordia.
Jesús, ternura de Dios). Solo la aparición de Jesús de Nazaret llevará, a
través de la experiencia del dolor, a la com-pasión con el prójimo.
Quizá
el mismo dolor de vivir, de amar con el Esposo y sentirse amada la persona
hasta el mismo centro del “castillo todo de un diamante o muy claro cristal”. Decía
Antonio Mas en su conferencia: “A amar se aprende amando, pero sobre todo dejándote
amar. […] Al mamar, el bebé aprende la estructura fundante de la vida”. Teresa
lo sabía bien.
María
Pilar Martínez Barca
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