El tema de los
refugiados es lamentable y una vergüenza para toda Europa que basa sus
cimientos, quiéralo o no, en muchos siglos de cristianismo.
Todos días
leemos y escuchamos las atrocidades a la que son sometidos miles (millones) de
personas por el solo hecho de querer vivir en paz donde siempre lo hicieron.
Pero hay muchos intereses políticos y económicos, dentro y fuera de sus países,
que lo hace imposible.
Es tan
necesaria nuestra oración como nuestra denuncia de los hechos.
Me llama
especialmente la atención la situación de los refugiados que están en Alemania.
Hace unos días, cuatro organizaciones de derechos humanos denunciaron la
situación de los refugiados cristianos en los centros de acogida. La agresión y
el acoso por motivo de su religión son habituales en los albergues, ante la
inacción de las autoridades. Según los estudios realizados, el 91 % de estas
agresiones son cometidas por otros refugiados. La policía y la gerencia de los
centros hacen la mayor parte de las veces caso omiso de las denuncias.
Un 97 % de
estos refugiados son musulmanes y un escaso 1,5 % son cristianos. La Sra. A.
Merkel dice que no quiere dar ventaja a los refugiados cristianos sobre los
musulmanes, a pesar de que los cristianos son mayoría en Alemania y de esta
manera, una norma que podría considerarse justa en un estado laico, crea una
situación injusta e insostenible. El principio de neutralidad religiosa de la
Cancillera está llevando a que en los albergues rija la ley de la selva contra
los más vulnerables, la minoría cristiana.
Estos
refugiados huyen de sus países en busca de seguridad y descubren que también
aquí, en un país de tradición y cultura cristiana, son perseguidos por su fe.
Si los cristianos que sufren persecución no son bienvenidos en Europa, ¿dónde
si no encontrarán refugio?
Denunciar,
rezar y "quitarse el sombrero" ante estos cristianos que, a pesar de
todo, se mantienen firmes en su fe.
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