Testimonio de seminarista

Mi nombre es Hollman Arturo Ladino Gutiérrez, tengo 23 años de edad, soy de Colombia, seminarista de la Archidiócesis de Zaragoza desde hace tres años, y me encuentro en el quinto curso del seminario. Siendo el menor de 5 hermanos, crecí con mis padres, dado que mis hermanos ya mayores habían salido de casa. Estos años, toda mi infancia hasta los 16, los pasé en el pueblo de mis padres, una pequeña población a 71 km de Bogotá, actualmente con 13.312 habitantes.

Mi familia, ha sido una familia católica de toda la vida, con sus más y sus menos, pero en ella Dios me dio el gran don de la fe católica. Como era regular en mi familia, recibí el bautismo, y luego la primera comunión a los diez años. Después de la primera comunión, desde los once hasta los quince años, siendo católico por tradición dejé de practicar la religión. Así que, como la mayor parte de nosotros, vivía lo que es la fe por tradición no practicante. Si, era católico, pero no entendía que significaba aquello, ni mucho menos que implicaciones tenia.
Con todo, yo pienso, y tengo certeza de ello, que Dios dispone siempre los momentos en la vida, los caminos y las personas que nos encontramos en ellos. Más justamente él se hace presente en ellos. Siempre he predicado: ¿Dónde encontrar a Dios?... en momentos y personas concretas de la vida. Dios se hace presente en la vida, lo que solo entenderemos, por su gracia, a medida que él mismo nos lo vaya permitiendo. Más no solo él se hace presente, se hace presente y se hace asequible, porque nuestro interior nos llama a ello, nos reclama su presencia, bien ha dicho San Agustín en las Confesiones: porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti. De modo que tanto Dios se nos presenta, cuanto que nuestro ser, reclama su presencia.
Ahora al volver la mirada hacia atrás, no puedo más que vivir con la certeza de esa presencia. Y, es más, es esa certeza la que me llena de gozo, alegría y valor, para afrontar el presente al que siento me llama esa presencia. Por mis catorce o quince años, en medio de mi fe por tradición, conocí a un excelente sacerdote que me marcó, y que fue puente para vincularme a la parroquia, donde conocí grandes amigos, que han quedado para toda la vida. El testimonio del sacerdote y de estos amigos, un grupo juvenil de la parroquia, junto con la experiencia parroquial de aquellos años, han sido lo que hoy he llamado la manifestación de Dios en mi vida. Dios se hizo presente de una manera más clara y contundente, el encuentro fundante, una experiencia que reorientó mi vida y que me ayudó a empezar a dar sentido a la misma.
Hasta el punto que el encuentro fundante se convirtió en la opción fundamental. ¿Qué quiero decir con esto? Una experiencia de encuentro con Cristo Jesús, en la lógica de la relación que perdura en el tiempo, te lleva a ser cristiano. Y eso fue lo que me hizo pasar de mi fe por tradición a ser cristiano. Sin embargo, para mí, esa experiencia fundante pasó también a ser la opción fundamental, esto es, dedicar mi vida por completo a Jesús y su proyecto.
¿Cómo se da este paso? Yo pienso que juegan una serie de elementos, que se pueden concretar en eso que suele definirse como la llamada. Dios nos llama a todos a una vocación concreta. El don de la vocación. Así pues, yo he vivido la llamada de Dios a la vocación sacerdotal en el amor a Jesús y su proyecto, hasta el punto de darme todo a él, la opción fundamental. A lo que se suma el deseo y el gusto por una vida concreta, la vida del sacerdote católico, con sus implicaciones, el aspecto humano, que, en la medida en que es sincero, confirma la llamada. Con todo, no olvidemos, el punto central de todo esto es Jesús, el amor a Cristo Jesús el Señor, principio y fin del encuentro fundante, objeto directo de la opción fundamental y por ende de la llamada, y objeto directo del aspecto humano, el amor a Jesús y a su proyecto en favor de los más necesitados.
¿Por qué ser sacerdote? Por amor a Cristo Jesús el Señor y a su proyecto en favor de los más necesitados. No hay otra razón, lo demás viene por añadidura. Con todo, hoy, al volver la mirada atrás, me doy cuenta que el paso del encuentro fundante a la opción fundamental se da en un proceso, largo o lento, proceso en el que se va clarificando la vocación, la llamada. Más la misma opción fundamental se realiza en un proceso, la relación con Jesús y el encuentro constante con Jesús en la vida cotidiana.
De tal modo, al terminar el bachiller, pasé un cuatrimestre en un aspirantado interno con la congregación de los salesianos en Colombia. Tiempo para repensar y clarificar la vocación, ya una vez sintiendo la presencia de la llamada. Desde el 2010 hasta el 2014, ya en Bogotá, estudié filosofía y letras en la Universidad de la Salle, tiempo en el que bajo la compañía del sacerdote capellán de la Universidad, continúe mi proceso de discernimiento. Al terminar la carrera, ingresé en el Seminario metropolitano de Zaragoza en el 2014. Paso contundente, que ha simbolizado una primera respuesta concreta y definitiva a la llamada.
En este sentido, me encuentro en mi tercer año en el seminario. Durante estos tres años, he pasado los dos primeros en la Parroquia del Actur, y lo que lleva de este curso 2016-2017 en la Parroquia de la Presentación de la Virgen. Lo que ha sido y lo que es cada día mi vida en el seminario y la vida pastoral, los considero como la confirmación constante de la llamada de Dios, que se hace cada vez más clara. La llamada se hace más clara, en la confirmación del amor a Jesús y más aún del amor de Jesús, en el gusto por una vida según su proyecto, y en la conciencia de la necesidad de la Iglesia.

De tal modo, la opción fundamental ha devenido del encuentro fundante, más el encuentro fundante alienta la opción fundamental. Pues intento vivir diariamente el encuentro fundante en el encuentro personal con Cristo Jesús, en sus sacramentos, en su palabra, y en mis hermanos.

Hollman Arturo Ladino G.

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