en tanto que en las lomas
clareaba
una primera luz.
Debíamos ungirte con
hierbas aromáticas
y el agua que manara en
nuestro espíritu.
En sábado jamás se
permitiera
atar dos cabos suelto
o encender las antorchas.
Llegadas al silencio,
presentimos
descorrida la piedra.
Nadie había en la sombra
que dejara
tu ausencia inesperada,
tu prematura muerte.
¿Quién perturbó de pronto
la quietud?
«Aquél por el que un día
os fueran dadas
lágrimas o alabanza,
ternura o desazón,
no yace ya en lo oscuro.»
La voz iluminara nuestro
centro,
al tiempo que el rocío se
abría en las corolas.
Tan sólo tus amigos,
y aquella que por siempre
hiciera germinar
tu vida
en la esperanza,
tornaron más veraces
nuestros sueños.
Brotaba ya la vid en la
campiña.
Volviéramos a verte en la
posada.
pescado, algo de carne
y el fuego del hogar.
Aquel abrazo cálido,
tu mirada serena,
dejaron para siempre en
nuestro espíritu
un gozo indescriptible.
Quedará tu presencia con
nosotros,
como un tesoro oculto,
en los caminos
que hubimos de arribar
hacia el encuentro
del hombre con el hombre.
Al fondo de los campos
tardecía.
(María Pilar
Martínez Barca,
Flor de agua).
Flor de agua).
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