Vimos hace pocos
días un post sobre la historia del Pilar. Y, como anunciamos, hoy nos metemos
en harina con una visión puramente arquitectónica y artística del edificio más
importante de Zaragoza, que fue declarado Monumento Nacional en 1904.
El objetivo es,
nuevamente, dar unas pinceladas muy generales de esta imponente Catedral-Basílica
desde el punto de vista artístico (aunque las mejores pinceladas se las dio
Goya en la cúpula con su maravillosa Regina Martyrum). La complejidad es tan
grande como su propio tamaño, así que os invitamos a que investiguéis, leáis,
indaguéis… ¡y por supuesto a que vayáis al Pilar!
Empecemos por su
planta, que es el diseño que los arquitectos llaman al edificio visto desde
abajo. Pues bien, esta planta es un rectángulo de 130 metros de largo por 75 de
ancho que, como bien sabemos, tiene una torre en cada una de sus esquinas, de
las que dos fueron añadidas en la segunda mitad de este siglo pasado. Este
diseño tan sencillo y efectivo es obra de un arquitecto célebre por su
sobriedad: Francisco de Herrera. Y de hecho, su otra obra más famosa es también
buen ejemplo de ello, El Escorial. Respecto al alzado, sus torres miden 92
metros, siendo por ello una de las edificaciones más altas de Aragón.

El interior,
como muchos edificios cristianos, consta de tres naves, siendo la central la más
ancha. Y estas naves se distribuyen, a su vez, en siete tramos. La célebre
Capilla de la Virgen se encuentra en el segundo tramo, si entramos por la
puerta situada en el sudeste, que es la que estaría más cerca de La Seo. Esta
Capilla es una especie de “mundo aparte” absolutamente arquetípico de la etapa
barroca en la que fue diseñado. El sentido que esta capilla tiene es
absolutamente teatral, siendo concebido por Ventura Rodríguez como una escena
de exaltación en que arquitectura y escultura se entremezclan y quedan
perfectamente integradas. La herencia artística, que tiene una clara deuda en
las composiciones de Bernini, incluye también el juego que producen los rayos
de luz, que entran a través de la propia cubierta de la capilla.
El segundo gran
hito del Pilar lo encontraríamos en el retablo de Damián Forment. Como
comentábamos en el anterior post, este autor valenciano pertenece a la
generación de artistas españoles que operan en el Renacimiento, si bien tienen
evidentes resabios goticistas. En este caso, se trata de una obra elaborada en
la segunda década del siglo XV, en alabastro. La predela o parte baja, así como
las esculturas principales (la Asunción de la Virgen, el Nacimiento de la
Virgen y la Presentación de la Virgen en el Templo) son del propio Forment,
mientras que el resto de la composición pertenece a su equipo.
Hoy en día se
pueden admirar, además, el Museo Pilarista, dos sacristías, once capillas, el
coreto enfrente de la Capilla de la Virgen y la sala capitular y archivo.
Esta es una
visión muy a vuelapluma, ya que tanto la historia como la riqueza de la Basílica
son inmensas. Y sin embargo lo más importante es, como sucede a menudo, lo más
pequeño.
Pero eso lo
veremos en el siguiente post.
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