Que suerte tenemos de haber
recibido el Espíritu en este mundo tan materialista y consumista, donde hay
ausencia indolora de lo espiritual. Así es pues no hay deseo por lo que no es
material o más bien esta silenciado, dormido, ocultado, ahogado por tantas
ofertas efímeras de usar y disfrutar. No obstante, tenemos los humanos una
dimensión espiritual con todas sus necesidades: de libertad, de verdad, de
amor, de belleza, de justicia, de confianza, etc.
En Pentecostés vemos la
diferencia entre dos tipos de Iglesia. Las dos con fe en Cristo Resucitado:
una, antes de Pentecostés con miedo y tristeza, sin atrevimiento, encerrada en sus
muros, en sus discusiones, y con vergüenza; y la otra, después de Pentecostés,
llena de alegría, de fortaleza y valentía en salida anunciando a Cristo.
Ahora es el tiempo de la Iglesia.
¿De nosotros depende ser una Iglesia u otra, encerrada o en salida? Menos mal
que no, depende del Espíritu que sopla donde quiere El Espíritu es el gran
protagonista de la evangelización.
Jesús en el evangelio nos pide
que seamos sal en medio del mundo. Y en este mundo ser sal es hacer las cosas
con espíritu. No sabemos cómo químicamente la sal se vuelve sosa pero sí como
la Iglesia, cómo los cristianos, se queda sin Espíritu y por tanto sin sal:
cuando vivimos de un modo materialista, o individualista o cerrados a la acción
de Dios o los tres a la vez.
El Papa nos pide una Iglesia en
salida, esto es una Iglesia en estado de misión. En una conversión pastoral y
misionera que nos haga cambiar las cosas de tal manera que caminemos juntos sin
prisas, sin pausas, al ritmo que nos pone el Espíritu, que nos pone el hermano,
que nos pone la historia. Necesitamos el empuje del Espíritu Santo.
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